Siglo XIX, la perilla de un nuevo arte

Un dialogo entre Lily Litvak y Margarita G. de Sarfatti

Por: José Luis Durán Paredes


"Gracias a este fenómeno, la poesía se enfrenta a una especie de peste. Los poetas jóvenes se ven obligados a huir de esa estética, perseguir nuevas formas, desarrollarse en otros caminos alternativos, independizarse, improvisar, romper con su generación anterior, escapar, renovarse, y eso precisamente es lo que están haciendo".

Tras el boom de los nuevos poetas, llega la poesía, Diego Álvarez Miguel


Nos encontramos en el desenlace de una centuria, la de 1800.  La Europa capitalista, muy lejos de su nacimiento, con la industrialización bastante desarrollada y el descenso de la Inglaterra agrícola, vivía el fortalecimiento de la racionalidad y la crítica social, que surge con la Ilustración a finales del siglo XVIII, en Francia. Victoria I es la soberana de Gran Bretaña; antes de su fallecimiento en 1901, su reinado traerá para Inglaterra la apropiación de varias colonias en Asia y África. Los valores burgueses también tienen un rol importante en esta época, sobretodo en la moral social.
El arte, por su parte, aun se desarrollaba aferrada a su idea de romanticismo. La literatura inglesa en la segunda mitad del siglo XIX, se encuentra en un proceso de cambio, como cuenta el académico británico Benjamin Ifor Evans (en Breve historia de la literatura inglesa), primero de la narración de terror a la de ficción, y, en cuanto a forma, de las novelas largas a la ratificación de los cuentos o textos más cortos. En los artistas de la época, en plena “contaminación erótica”, desde la visión de Sigmund Freud –como narra Lily Litvak en su libro Erotismo a fin de siglo– la expresión del sexo era una “apremiante urgencia”.

Sin embargo, el control represivo hacia los estímulos sexuales de la moral burguesa juzgaba al erotismo artístico, y a todo lo referido con las relaciones preconyugales. Y cada vez más se posicionaban, en un puesto privilegiado de la intelectualidad, el pensamiento científico y social; algo que sería ratificado con la llegada del evolucionismo darwiniano.

Por su parte, el arte, continuando con Litvak, “trataba de expresar ciertas fuerzas elementales” con el fin de traducir la vida. Pero estos símbolos curvos y la copia del movimiento cotidiano ya no expresaban una traducción de la realidad por su propio artífice romántico, y el desenlace fue un fracaso frente a las ideas de la modernidad, y solo eran acogidas las opiniones que fomentaban el ascenso del racionalismo.

Pero no fue el fin para la expresión artística, sino una perilla para acceder a una nueva forma de sensibilidad.  En el libro Espejo de la pintura actual, la italiana Margarita G. de Sarfatti describe las consecuencias de este contexto histórico para el arte, como el momento en el que se dejó atrás la fantasía de renacer en las nubes del cielo y de viralizar lo calmado y bello, para tocar la torpe hospitalidad del gris asfalto de la realidad: “Hemos ganado otros bienes espirituales, más duros y austeros, menos amables (…). Sí, hemos perdido las gracias tiernas y conmovedoras de las mocedades (…)”.  La Gran historia universal Larousse explica este proceso de la siguiente manera: “En el terreno artístico, la apología de la era industrial corría pareja con el disgusto ante la fealdad del entorno”. De esta manera, se formaban los pilares de una nueva forma de ver el arte.

En Inglaterra, que reposaba en el privilegio de ser la primera potencia del mundo, la pintura se teñía de cotidianidad con el realismo de William Hogarth –explica la italiana de Safartti– y la literatura victoriana expresaba los desequilibrios de una sociedad industrial con Charles Dickens, por poner un ejemplo. El erotismo se cruza en un proceso dialéctico con el pesimismo, en el que dejará un sello de protagonismo Charles Baudelaire, y observa al hombre como un ser que genera el mal; el hedonismo ya “no era búsqueda de placer sino huida del dolor”, en palabras de Lily Litvak; y lo sensual venía acompañada con la idea de fracaso.

La representación del arte se impregnaba de realismo y esta realidad no era un abanico de colores, ni un jardín de rosas en el que mariposas exponían los tonos de sus alas para realzar la belleza y esperanza. Ahora el arte era crítico. Talvez no por deseo sino por necesidad, pero no importa, puesto que más allá de sus intenciones, solo hubo un punto final, en el que los artistas debían palpar la esencia gris que existía en los tonos más claros y las ideas más románticas.

Pero no fue el fin. Ya acabando el siglo XIX, surgió una alarma para cualquier expresión artística. Una crisis que fue remediada con el repensar de la manera en que se representaba la vida. Pues el arte, para Margarita de Safartti: “Tuvo que conciliar la libertad de invención con las leyes de la composición y las necesidades de representación”. Cada descenso para el arte, es solo una oportunidad de resurgimiento, un proceso de superación a sus predecesores. Ayer fue el racionalismo, hoy la tecnología que expone la banalidad y el espectáculo, a las cuales, del mismo modo, se superará. 

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